Cuando el adulto presenta dificultades o alteraciones en el habla, en el lenguaje y/o en la deglución de líquidos y/o sólidos como consecuencia de un ictus, un traumatismo craneoencefálico o de la evolución de una enfermedad neurodegenerativa (demencias, Parkinson, esclerosis múltiple, esclerosis lateral amiotrófica, corea de Huntington…).
Cuando el adulto presenta alteraciones frecuentes en su voz (ronquera, disfonía, afonía, etc.), especialmente cuando se utiliza la voz para fines profesionales (maestros, locutores, actores, cantantes, comerciales…).
Evita utilizar diminutivos y palabras como “tete”, “bibe” o “chicha” y fomenta el uso de un vocabulario adecuado (chupete, biberón, carne…).
Dirígete al niño de forma lenta y clara, y a través de frases cortas.
Escucha al niño atentamente y dale el tiempo necesario para que se pueda expresar con tranquilidad.
Convierte cualquier situación cotidiana (las comidas, el momento del baño, la hora de vestirlos…) en momentos de aprendizaje.
Estimula a través del juego, nombra los objetos con los que jugáis y sus cualidades (grande, pequeño, bonito, feo…).
Evita las valoraciones negativas (“no, eso no se llama así”) y fomenta los elogios cuando utilice el lenguaje correctamente.
No, ya que hay que tener presente que hasta los 3 años y medio puede aparecer un tartamudeo, que se llama evolutivo o fisiológico, provocado por el importante crecimiento lingüístico que se produce en esta edad. Por el contrario, sí que habrá que empezar a sospechar cuando este tartamudeo perdure más allá de los 4 años.
A menudo son los maestros o los pediatras quienes nos dan la alerta, ya que son observadores directos de los niños. En su defecto, hay que saber que hay varios indicadores que podemos observar en nuestro hijo y que hay que tener en cuenta. Algunos de estos indicadores son:
A finales de P3 (4 años):
A finales de P4 (5 años):
A finales de P5 (6 años):
Otras situaciones que hay que observar: